El nombre genérico de
"tranquilizante" se aplica a distintos fármacos con diferentes
acciones y aplicaciones, que se comercializan casi siempre en forma de
píldoras.
Existe una distinción entre
tranquilizantes mayores y menores; los primeros se utilizan para tratamientos
psiquiátricos, mientras que los segundos, entre los que figuran los
barbitúricos (somníferos) y las benzodiaceptinas, son de uso muy extringido y,
en demasiados casos, indiscriminado.
Todos tienen numerosos efectos
secundarios perjudiciales para el organismo, causan adicción y, si suspende su
consumo de un modo brusco, causan síndromes de abstinencia muy desagradables.
Por todo ello deben administrarse con
precaución, durante cortos períodos de tiempo, por prescripción y bajo control
médico, no debiendo ser consumidos por las embarazadas, los niños y aquellas
personas que tengan que realizar tareas que requieran atención, como conducir
un vehículo.
TRANQUILIZANTES MAYORES
Los tranquilizantes mayores se usan para
los tratamientos de la psicosis y otros trastornos mentales como la
esquizofrenia, las manías y el deliriun tremens, éste originado por la
abstinencia de bebidas alcohólicas. Entre los más usados se encuentran la
reserpina, el haloperidol, la butirofenona, la tioxantina, las fenotiacinas y
sus derivados.
Esos fármacos se conocen como
neurolépticos, que provienen de las palabras griegas neuro, "nervio",
y lepto, "atar'. El efecto básico que producen consiste en la indiferencia
emocional, aunque sin alteración de las percepciones ni de las funciones
intelectuales. Entre sus efectos secundarios están las disfunciones sexuales,
como la frigidez, las inhibiciones en la eyaculación y la disminución del
deseo.
Al anular las emociones también inhiben
la iniciativa de las personas que los consumen, así como su capacidad afectiva.
Cuando se administran estos fármacos
suelen producirse un incremento del apetito, con el consiguiente aumento de
peso. También puede producir, cuando se consume dosis altas, estreñimiento,
retención urinaria, irregularidad menstrual, alergias de la piel, trastornos
hepáticos y otros problemas más grabes, como parkinsonismo, arritmia cardíaca,
bruscos ataques de parálisis muscular, tics involuntarios, que afecta a los
músculos de la cara, y excitación.
Pueden considerarse como medicamentos
peligrosos, ya que, como tienen un alto índice de tolerancia, el organismo se
acostumbra a ellos con facilidad además, aun cuando se administren en dosis muy
bajas, pueden producirse los efectos antes mencionados.
Los tranquilizantes mayores deben
administrarse con suma precaución, y sólo en aquellos casos en que el paciente
sufra delirios y manías persecutorias que pongan en peligro su vida o la de los
demás.
TRANQUILIZANTES MENORES
Los tranquilizantes menores tienen un
efecto depresivo sobre la función cerebral. A pesar de sus múltiples efectos
secundarios, y de la gran adicción que producen, son consumidos en grandes
cantidades en todo el mundo, e incluso algunos médicos los prescriben de forma
habitual.
Dentro de los tranquilizantes menores
pueden distinguirse dos tipos distintos: los barbitúricos y las
benzodiacepinas.
Barbitúricos
Los barbitúricos, o somníferos, se
utilizan para tratar la ansiedad, como inductores del sueño y en los casos de
epilepsia. Existen diferentes tipos de barbitúricos para lograr acciones
distintas; por ejemplo, el pentotal, que se utiliza como anestésico en las
intervenciones quirúrgicas, es de acción breve.
Una sobredosis puede causar la muerte
del paciente, y cuando dejan de administrarse causan un síndrome de abstinencia
que muchas veces requiere tratamiento hospitalario, y se manifiesta con
alucinaciones y convulsiones.
Benzodiacepinas
Los compuestos derivados de las
benzodiacepinas se comercializan con diferentes nombres, como el diacepam, el
nitracepam y el clorodiacepóxido, entre otros. Administrados en dosis pequeñas
deprimen parcialmente el sistema nervioso, y actúan como sedantes. Utilizados
en dosis altas actúan como hipnóticos o inductores del sueño, y relajantes
musculares.
Como los anteriores, producen
dependencia física, y se suspenden de forma brusca su administración, se padece
un síndrome de abstinencia parecido al de la heroína, es decir, un malestar
general como temblores, escalofríos, secreciones nasales y retortijones, que en
este caso, además, se presenta con violentas convulsiones.